Marca Aquiles Torres

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viernes, 12 de agosto de 2016

Mi viaje en tren desde Bucarest a Barcelona (Tramo Milán Ginebra)


Fotografía de la página de mi pasaporte que muestra la visa de entrada a Suiza
el 7 de agosto de 1974.



Cuando subimos al tren que nos llevaría hasta Suiza comprobamos que nuestro vagón estaba vacío, los cual nos subió el ánimo porque significaba mayores y mejores posibilidades para asearnos y dormir. 
Por consiguiente, apenas nos instalamos yo fui directo al lavabo a bañarme con el mundialmente método "por partes". Esta técnica que ya la había iniciado e, incluso, perfeccionado en el tramo anterior, consistía en sacar de la maleta una muda de ropa interior, una camisa, cepillo de dientes, pasta dentífrica, y jabón. Entonces lo echaba todo en una bolsa de plástico y me metía al lavabo. Luego cerraba la puerta con pestillo, me desnudaba y comenzaba a lavarme por partes, "por presas" como se diría en Chile, y con mucho cuidado para no pringarlo todo.
Como era verano, mientras me cepillaba los dientes y me peinaba, el cuerpo casi se me secaba completamente. A continuación me ponía la ropa limpia, guardaba la sucia en la bolsa y, con papel higiénico terminaba de repasar el habitáculo en forma minuciosa para que todo quedara limpio como patena. Luego salía como lechuga, renovado, fresquito, como si me hubiera bañado y aseado en el baño de una de las suites del hotel "Savoy" de Londres. La parte negativa era que como no estaba alojado en el "Savoy" no podía bajar a desayunar al lujoso y victoriano comedor donde los camareros sirven ataviados de rigurosa etiqueta.

En el viaje a Suiza la sesión de aseo fue mucho más vivificante que en el tramo Belgrado Milán, porque nadie molestaba ni tocaba la puerta; sencillamente, porque como lo he dicho antes, íbamos solos en el inmenso coche.

Luego de mi reconfortante baño procedí a tenderme en el asiento vacío, que yo jugaba a imaginar que era una "chaise longue art decó" para intentar dormir. Miguel hizo lo mismo. Desgraciadamente nuestro plan se fue a la mierda porque apareció un inspector que nos informó que estaba prohibido dormir tendidos sobre los asientos, que si lo queríamos hacer debíamos hacerlo sentados. Ahora pienso: "¡Qué manera de joderle la marrana a la gente!", porque ¿qué más daba si dormíamos en forma horizontal o vertical o si levitábamos, si en todo el vagón sólo íbamos nosotros?

Pero lo peor vino después, ya pasada la frontera de Suiza. Apareció de nuevo el inspector pidiéndonos los billetes y los pasaportes. Cuando vio nuestro pasaportes nos dijo que no podríamos continuar el viaje porque nos faltaban las visas.
- En el Consulado de Suiza en Bucarest nos dijeron que no las necesitábamos - explicamos casi a dúo. Pero donde manda capitán no manda marinero. Nos miró con cara de gato con tiña y nos advirtió que en la primera estación o sacábamos el visado o debíamos abandonar "su" tren. Así es que no nos quedó otra que abrir el arcón que llevábamos repleto de dinero, de acciones, de diamantes y de lingotes de oro para pagar los visados. Pero, desolados, comprobamos que, entre los dos, apenas teníamos un poco más de 200 dólares, cantidad que en Suiza sirve apenas para una cena romántica y un poquito más, con la chica de nuestros sueños, en un restorán de mesa coja.

Cuando llegamos al siguiente pueblo, en la madrugada del día 7 de agosto de 1974, el tren se detuvo. De inmediato el desgraciado funcionario cumplió su palabra y llamó a un policía de fronteras. Éste nos repitió que si no queríamos ser devueltos a Milán debíamos visar nuestros pasaportes ahí mismito.

Como estábamos entre la espada y la pared, tras decirle que aceptábamos, me hizo seguirlo hasta una oficina emplazada a unos 200 metros del andén. Cuando llegamos tuvo que abrir el bufete que, como es natural, a esa hora estaba "tres fermé". Mientras accionaba la llave me miraba de reojo desde arriba hacia abajo, como deben mirar los soldados vencedores a los soldados vencidos en una guerra. Y eso que estos tíos siempre se han vanagloriado que son neutrales y pacifistas. Una vez dentro del despacho, con cara de figurita de porcelana de abuelita rica, me dijo que eran 24 francos suizos por las dos visas: una fortuna para nosotros. Con el dolor de mi alma le pagué y él, cuando tuvo los billetes en su manos, con la gracia y el donaire de un avezado prestidigitador, pegó un sello e hizo aparecer de la nada un tampón de caucho. Lo empapó con tinta gris azulada, y tras hacer girar el artilugio como un rizo en el aire, lo estampó en nuestros pasaportes. La impresión, que es la de la foto de esta entrada, como título dice: "Transit sans arrêt", lo que en cristiano viene a significar más o menos: "En tránsito, sin poder quedarse en Suiza, pobres patipelados". Y luego, como una muestra de la magnanimidad Suiza, hay una graciosa frase que dice: "Autorisation Exceptionelle".

Tras yo pagar los 24 francos suizos y él haber pegado los sellos y estampado el tampón, me di cuenta que el cabronazo se había quedado feliz, satisfecho, quietecito, como si se hubiera echado un polvo con la Miss Mundo. De inmediato cerró cuidadosamente su chiringuito y me acompañó de regreso al lugar donde se suponía que me esperaban el inspector y mi compañero de aventuras. Pero cuando llegamos el tren ya no estaba. O se había ido sin mí o, sencillamente, se había evaporado. O talvez se había transformado en un ovni y los alienígenas que lo conducían, tras capturar a Miguel habrían despegado cagando leches hacia las profundidades del cosmos. Hasta me imaginé a mi amigo flotando en medio de la nave mientras varios "guarisapos" le metían instrumentos por todos sus orificios. Pero no había sucedido lo que yo pensaba. El supuesto abducido me contó que cuando quedó solo, el convoy se puso en movimiento, pero que después de haber avanzado un par de cientos de metros, él, acojonado, o lo que es casi lo mismo, cagado de miedo, pensado en que se había quedado sin pasaporte y sin compañero de viaje, se le ocurrió la brillante idea de colgarse del dispositivo de parada de emergencia que había en el vagón. Y la treta dio resultado porque el inmenso monstruo de hierro se detuvo y el conductor debe haber puesto la marcha atrás porque a los pocos minutos ya estaba de nuevo en el punto donde el policía de fronteras y yo seguíamos mirándonos con cara de palitroques. 


De inmediato el supuesto abducido, para comprobar que yo estaba allí, se asomó pálido y con cara de no haber roto ningún huevo. Ése fue el momento en que me tocó reír a mí. Y bajito musité "jódete, agente guardafronteras". Y estuve a puntito de ponerme a cantar el "Venceremos" en medio de la transparente noche.

Afortunadamente de ahí en adelante volvió la paz a nuestros espíritus y yo soñé hasta que volaba libre sobre las vastas y verdes praderas del Gran Manitú. No recuerdo a qué hora llegamos a Ginebra, pero sí me consta que estábamos exhautos tras tres días de viaje. Fue entonces cuando decidimos buscar un hotel barato, tipo "Dos se van tres llegan". Aunque en Suiza decir "buscar un hotel barato" es sólo un decir, porque todo es caro. Además, por nuestras especiales circunstancias y por venir de donde veníamos, nos parecía que todo era más inasequible aún. Pero, incluso así, dijimos: "lamentándolo mucho necesitamos descansar y reponer fuerzas, echemos mano de los millones de dólares que llevamos en nuestros billeteros". Y mientras Miguel se quedó a cargo de nuestras alforjas, me dirigí raudo y con ritmo de bailarín de mambo a la oficina de cambio de moneda que había en la estación. Pero cuando llegué a la ventanilla de atención al público, el funcionario suizo me dijo: "lo siento, es la hora de cerrar; no puedo atenderlo hasta mañana". De nada valió que le rogara, que le dijera que necesitábamos moneda suiza para comer algo, y que le insistiera que era para poder pagar un hotelucho y, de este modo, dormir en una cama y ducharnos en un baño de verdad. Incluso le requetejuré que el dinero no nos los gastaríamos en merectrices. Pero aun así (en este caso el "aun" sin tilde significa "incluso") el angelito de Dios apagó la luz y se fue dejándome hablando solo junto a su ventanilla de mierda.

(Continuará)

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