Marca Aquiles Torres

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Marca del blog

sábado, 22 de noviembre de 2014

De cómo conocí a Serrat



Fotografía de dos páginas interiores de la libreta con que salí de Chile 
(y que aún conservo) que me servía para anotar lo que entonces era importante para mí. En estas páginas se puede leer parte de lo que en el verano de 1974, en Barcelona, me pidieron que hiciera para colaborar en la organización del concierto de algunos de los integrantes de la "Nova Canco Catalana" para juntar fondos para enviar a Chile.   


     Los primeros meses en Barcelona los viví en un departamento de un edificio que estaba situado enfrente de la plaza “Monumental” de toros, a escasos 500 metros de la Plaza Las Glorias. Gracias a que todavía conservo una pequeña libreta donde entonces anotaba todo lo que consideraba importante, he comprobado que la dirección exacta era José Antonio Primo de Rivera Nº 806, octava planta, departamento 59. Después de la muerte de Franco, y desde que volvió la democracia a España, esta avenida se denomina Gran Vía de Les Corts Catalanes.
 
     Cuando nos dieron la dirección nos informaron que un socio o afiliado a la institución Agermanament (1) lo había prestado para que sirviera como solución de emergencia para chilenos sin recursos suficientes que, como yo, no podíamos ni pagar una pensión ni alquilar un piso. Por esta razón, al lugar lo llamaban “casa de paso”.


   Cuando con nuestros modestos bártulos, mi 
amigo Miguel Bravo y yo llegamos a la “casa de paso”, descubrimos que cinco chilenos que habían llegado antes que nosotros se habían adueñado del lugar. Lo peor fue que desde el comienzo tres de estos compatriotas, que no compañeros, demostraron una gran falta de solidaridad. Tanto, que los dos individuos que salieron a abrirnos la puerta, cuyos nombres ni siquiera vale la pena mencionar, como si el apartamento hubiera sido de su propiedad, en un comienzo se negaron a dejarnos entrar. Finalmente conseguimos colarnos. Una vez dentro insistimos en que no nos iríamos porque, al igual que a ellos, nos había invitado Agermanament.

     En medio de la discusión pensé que, 
probablemente, consideraban que esa plaza había sido descubierta y conquistada por ellos y que, por lo tanto, les pertenecía. Yo repliqué que lo lamentaba pero que a ese territorio habían llegado nuevos colonos, que nos quedaríamos y que teníamos tanto derecho como ellos a vivir transitoriamente en ese lugar. Finalmente esgrimimos un argumento irrefutable: “si quieren reclamar a alguien, háganlo a la institución que nos ha cedido este cobijo pasajero a nosotros…y también a vosotros”. Finalmente entraron en razón y los ánimos se calmaron, pero nos advirtieron que a “sus” dormitorios no nos dejarían entrar. Visto todo aquello con mis ojos de hoy, me sonrío y pienso en lo mezquinos y ruines que, en determinadas circunstancias, somos los seres humanos.

    Desde entonces, mis días en Barcelona se 
dividieron entre inventar fórmulas para matar el hambre, buscar trabajo, e ir diariamente a Agermanament para intentar saber algo más de lo que estaba sucediendo en nuestro país. En una de esas visitas, un día de verano de 1974, me enteré que Agermanament necesitaba dinero para sacar de Chile a algunos compañeros, creo recordar, de Valparaiso. Por esta razón estaban organizando un gran concierto en el que participarían varios de los cantantes más significativos de la llamada “Nova Canco Catalana” (2), todos ellos comprometidos por la lucha para que volviera la democracia a España. A mí me pidieron que me encargara de recolectar las letras de las canciones que los artistas cantarían ese día y que luego las llevara a visar no recuerdo adónde, para, a continuación, conseguir el permiso definitivo en Orden Público del Gobierno Civil, que estaba situado en la Plaza Palacio. Era una forma que tenía la dictadura de asegurarse que nadie osara cantar versos “indeseables”. Entre los cantantes que se habían comprometido actuar en ese recital, en mi libreta aparecen los nombres de Pi de la Serra, Guillermina Motta, La Trinca, Ovidi Montllor, Toty Soler, Lluis Llach y, por supuesto de Joan Manuel Serrat. 

     No recuerdo la razón, pero finalmente el concierto
no pudo llevarse a cabo, por lo que el dinero seguía faltando. Fue en esas circunstancias que en otra de mis visitas a la sede de Agermanament, situada en la calle Diputación del ensanche de Barcelona, Mariona, una funcionaria que coordinaba actividades, me pidió que la acompañara a una reunión a la parte alta de Barcelona para intentar conseguir dinero.


     En el taxi Mariona me explicó que íbamos a la casa de Guillermina Motta, una popular y destacada cantante catalana.

    Tocamos el timbre y Guillermina en persona salió a
abrirnos la puerta. El departamento, situado en una calle que tocaba la Ronda General Mitre, era espacioso y estaba decorado con muy buen gusto. Inmediatamente después de los saludos y de mi presentación, Guillermina le dijo a Mariona: “Joan Manuel está al llegar”.  Efectivamente, a los pocos minutos llegó el famoso cantante quien, en esa época, ya era conocido en todo el mundo. Sólo entonces me enteré que la cita era con él. Nos sentamos los cuatro alrededor de una mesita de centro, y Mariona les explicó la situación. Luego me hicieron a mí preguntas sobre mi país y la dictadura. A continuación Joan Manuel contó algunas de sus experiencias artísticas en Chile y expresó su admiración por Salvador Allende. Finalmente la conversación giró en torno a la imposibilidad de celebrar el concierto y, por lo tanto, de recaudar fondos. Entonces Joan Manuel se levantó e invitó a Mariona a pasar a otra habitación. Mientras, yo me quedé charlando con Guillermina sobre la dramática situación que estaban viviendo los chilenos en el interior del país. A los pocos minutos volvieron al salón y Mariona me indicó que debíamos regresar. En la despedida, tanto Guillermina como Joan Manuel fueron muy cálidos conmigo y me desearon suerte. Salimos y tomamos un taxi que nos llevaría hasta las oficinas de Agermanament. A continuación Mariona abrió su bolso, sacó un sobre, extrajo un cheque y me comentó:
- ¿Sabes? Joan Manuel me preguntó cuánto era el dinero que necesitábamos. Se lo expliqué y, a continuación, me extendió este cheque por el total. 


También me comentó que Joan Manuel le había 

pedido que ni siquiera yo supiera que nos había ayudado económicamente porque, según él, cuando se ayuda al prójimo no debe sacarse provecho del gesto. Sólo ahora lo hago público, porque ya han pasado más de cuatro décadas, y también por hacer un reconocimiento público, aunque tardío, a este artista generoso.


Muchos años después, cuando yo ya vivía una vida normal y trabajaba en una multinacional en Madrid, en un viaje de trabajo, me tocó sentarme en un avión, justo detrás del popular cantante. Pensé entonces en darle las gracias por lo que había hecho por unos chilenos que, probablemente, gracias a él salvaron la vida. Pero iba acompañado por otra persona y preferí respetar su punto de vista sobre la generosidad: las ayudas verdaderas, las de corazón, no se deben pregonar.

¡Grande, Serrat!


(1) Agermanament.
Es una organización de origen cristiano compuesta por personas con pensamiento progresista y tendencias de izquierda. En esos años estaban comprometidos con la lucha antifranquistas y también ayudaban a los exiliados y perseguidos políticos que llegaban a España. En 1974, cuando ocurrieron los hechos que narro, su director se llamaba Josep Ribera.

(2) La “Nova Canco Catalana”.
Es un movimiento artístico y musical que surgió en 
Cataluña a mediados de la década de los años cincuenta, cuyo objetivo era reivindicar la cultura catalana, incluida la música.
 Sus creadores fueron Josep Benet, Maurice y Lluis Serrahima, Jaume Armengol, y Miquel Porter i Moix, entre otros.


Posteriormente, a este movimiento se unieron destacados artistas como Guillermina Motta, María del Mar Bonet, Francesc Pi de la Serra, Lluis Llach, Joan Manuel Serrat e, incluso, los valencianos Raimon y Ovidi Montllor.

En catalán la palabra “canco” se escribe con cedilla en la segunda “c” y se acentúa, aunque sin poner tilde, en la vocal “o”.


   

miércoles, 25 de junio de 2014

En septiembre de 1974 los Quilapayún actuaron por primera vez en España


Entrada Nº 3

Fotografía realizada por Aquiles Torres 
de un póster de Quilapayún de septiembre de 1974

En un caluroso mes de agosto del año 1974, acompañado de un amigo, entré a España por el paso fronterizo de Portbou. Por razones de seguridad mi mujer y mi pequeño hijo Alejandro se quedaron en Rumanía esperando noticias mías.

Viajé acompañado de mi amigo Miguel Bravo, a quien había conocido meses antes en un vuelo que nos llevó desde Lima a Frankfurt. Dicen que después de cierta edad es muy difícil hacer amigos de verdad, sin embargo han pasado años 40 años y Miguel sigue siendo lo que yo llamo un “amigo hermano”. Veníamos desde Rumanía en un largo periplo en tren en el que atravesamos la ex Yugoslavia, Italia, Suiza y Francia. Fue un viaje duro y desgastador. Cinco días duró la odisea desde que salimos de Bucarest hasta que llegamos a la Estación de Francia en Barcelona.

Los primeros meses en Barcelona fueron duros. Afortunadamente nos echó una mano una organización catalana llamada Agermanament, con la que me había contactado José Estelrich, secretario del Obispo de Mallorca. Durante algunos meses nos dieron techo y un cuarto de baño. Cama sí que no teníamos, porque otros chilenos que colonizaban el departamento se habían apropiado de todas las habitaciones. Como era verano, nos dio igual. Decidimos dormir bajo palio debajo de la mesa, tendidos sobre el suelo. Como no teníamos ni colchón ni sábanas ni cobertor, decidimos utilizar un mantel lleno de agujeros que durante el día se usaba para cubrir la mesa y, por la noche, nos servía de tapa. Fue entonces cuando experimenté las mejores evidencias de la generosidad del hombre y también del egoísmo más ancestral.

En aquellos días la organización Argermanament estaba ayudando tanto a chilenos con dificultades en el interior de Chile, como a otros que habían llegado por sus propios medios a Barcelona. Según me informaron, Agermanament había sido creada 15 años antes por organizaciones cristianas, pero me consta que luego se unieron personas de ideologías diversas, todas los cuales tenían en común la lucha por los derechos humanos.

1974 fue un año especialmente convulso en España. La mayoría de los españoles clamaba por el fin del gobierno de Francisco Franco. A pesar de que en marzo en Barcelona había sido ejecutado el joven anarquista Salvador Puig Antich, probablemente como medida intimidatoria, después de 35 años de una dura dictadura, la sociedad española había perdido el miedo a disentir. Además el 25 de abril de ese año, en Portugal, tuvo lugar el levantamiento militar llamado “La revolución de los claveles”, acabando así con la dictadura salazarista que, desde 1926, mantuvo a los vecinos portugueses dentro de un puño de hierro. Entonces todos pensaron que tras la primavera democrática de Portugal llegaría la primavera de la libertad a España. Lamentablemente aún faltaban diecisiete largos meses para que Franco falleciera de muerte natural y comenzara un período de tiempo llamado “la transición”.

En medio de este caldo espeso de represión y de lucha, Agermanament intensificaba su trabajo por la libertad. Yo tuve la suerte de ser testigo de hechos entonces extraordinarios, como por ejemplo el primer concierto público en España de los Quilapayún, los días 20 y 21 de septiembre de 1974. Cuando nadie creía que en España, en un lugar público y con público, fuera posible escuchar canciones que clamaban por la libertad, Agermanament consiguió que el gobierno español aceptara la actuación de “Los Quila”. Cuando llegaron a Barcelona, los pocos chilenos que entonces vivíamos en la Ciudad Condal fuimos invitados a la sede de Agermanament a un encuentro al que asistieron Eduardo Carrasco, Willy Oddó, Hernán Gómez, Carlos Quezada, Hugo Lagos y Rodolfo Parada. Fue emocionante, porque tuvimos la oportunidad de dialogar con ellos y, además, ver una documental sobre Chile y el golpe de estado. 

Finalmente se celebraron dos conciertos, ambos en el Palau Blau Grana de Barcelona. El primero tuvo lugar el viernes 20 de septiembre de 1974, y el segundo el día sábado 21. Yo tuve la suerte de ir al primero. Aunque se prohibió hacer publicidad de ambos eventos, el Palau Blau Grana estaba lleno. Mientras “los Quilas” cantaban, afuera, miles de personas que no pudieron entrar, durante todo el concierto permanecieron tatareando sus canciones. Sin embargo la alegría no fue completa, porque dentro y fuera de la sala permanecieron amenazantes los “grises”, la policía armada del régimen franquista. Recuerdo que había autobuses llenos de policías y también muchos montados en caballos en actitud amenazante. Ahora pienso que esa noche tuvimos mucha suerte porque ninguna chispa encendió la mecha de la represión. A pesar de nuestros gritos combativos, prohibidos en esa época, yo todavía no me explico cómo no cargaron contra todos nosotros como hacían, sobre todo, con el combativo movimiento universitario español.

Dentro del recinto el clamor contra de los golpistas chilenos y por la democracia en España fue incrementándose a medida que transcurrían los minutos. Aquello fue como una catarsis que nos permitió sacudirnos nuestras emociones y volver a cargar nuestras pilas de esperanza. Durante la actuación yo miraba en 360 grados y pude ver cómo todos los presentes con sus gritos intentaban sacarse de sus tripas toda la ponzoña de la injusticia. El punto culminante fue cuando los Quilapayún interpretaron “El pueblo unido jamás será vencido”; lo cantamos todos y casi todos terminamos llorando de emoción.

De esa visita, además del recuerdo de un remolino de emociones, nos quedó el programa del concierto y un póster en el que todos los integrantes de “Los Quila” estamparon su firma y nos dedicaron mensajes de esperanza. Esta noche de junio, mientras termino de escribir estas vivencias para compartirlas con vosotros, lo tengo en mis manos tratando de restaurarlo para fotografiarlo. Ahí va para ustedes una fotografía de este cartel que a pesar de ser una modesta pieza gráfica impresa, para mí y mi familia tiene un valor inmenso, porque forma parte de nuestro exilio.

jueves, 8 de mayo de 2014

Sobre premios y castigos divinos


Entrada Nº 2




Sobre premios y castigos divinos.

A veces, cuando pienso en esta creación humana que los creyentes llaman Dios, suelo hacerme una larga pregunta:

¿Cómo este ser definido como supremo, eterno, omnipotente, omnipresente, omnisciente y, sobre todo omnibenevolente, término que significa que es compasivo y bondadoso a nivel superlativo, puede joderle tanto la vida a las mismas criaturas que, según quienes creen en él, ha creado Él mismo?

Como esta situación no me parece digna de Dios, y pensando que quizás no esté suficientemente informado de lo que sucede aquí en esta mota de polvo llamada tierra, que gira en medio de una de los billones de galaxias que existen en el universo, he resuelto escribirle y darle mi opinión al respecto. Total, no se pierde nada con probar.

Excelentísimo señor don Dios:

Si existes y tienes todos esos atributos que dicen que tienes ¿por qué no eliminas el sufrimiento de todos los bichos vivientes que poblamos la tierra? ¿Por qué creas hombres que nacen deformados o enfermos? ¿Por qué a tantos los haces vivir en condiciones infrahumanas? ¿Por qué en tu juego “diabólico”, a aquellos que los haces nacer sanos, en un momento de sus vidas los enfermas hasta hacerlos morir? ¿Por qué… por qué… por qué?

No contento con lo anterior, Excelentísimo señor don Dios, demuestras una falta absoluta de piedad, porque no mueves ni un dedo cuando tus criaturas se enzarzan en guerras y en conflictos cruentos; tampoco haces nada cuando, por ansias de poder y dinero, unos pocos hombres inescrupulosos explotan a otros muchos hombres desvalidos.

Como eres Dios, debes saber que los dogmáticos suelen justificar esta situación, que para mí es injustificable, explicando que tú creas a los hombres con libre albedrío “y blablablá”. Porque, según estos intolerantes, es el método que tienes de comprobar quiénes son los buenos que merecerán tu cielo y quienes son los malvados que no lo merecerán.

Y yo digo, si eres Dios y lo sabes todo ¿para qué coño te inventas este juego cruel que sólo genera dolor? Incluso como eres omnisciente, si antes de hacer nacer a alguien ya sabe quién será un ángel y quién será un demonio ¿por qué creas demonios?

Bien, pero aceptemos todo lo anterior. Aceptemos que eres una especie de sádico que te gusta hacer sufrir y vamos a la cotidianidad, a la vida real, a las grandes desigualdades que existen en el mundo provocadas por ti.

Ante estas barbaridades lo más justo sería que tú, por lo menos de vez en cuando, premiaras a los millones de pobres y explotados que, incautos ellos, creen en ti, con premios evidentes, como por ejemplo que ninguno de estos “seres humanos creyentes” sigan siendo pobres, ni que sigan siendo explotados, ni que sigan sintiendo dolor, ni que lloren por desamores…en fin, que todos ellos sean felices. Compénsalos por lo menos con algo, aunque sea con una migaja de esa felicidad que a ti te debe sobrar.

Y a todos los demás bellacos de esta película que es la vida de la que tú eres el guionista y el director, como por ejemplo a aquellos que se hacen pasar por representantes tuyos y que, con este engaño, viven a cuerpo de rey; a los milicos y civiles que dan golpes de estado; a los torturadores; a los traficantes de seres humanos, órganos y drogas; a los curas pederastas; a los asesinos de toda calaña; a los violadores; a los prevaricadores; a los ladrones de guante blanco y de guante negro…en fin a toda esa caterva de bestias pérfidas y malignas deberías mandarles todas las penas del infierno y freírlos a castigos corporales severos de esos que de verdad provocan dolor y hacen chillar y pedir clemencia.

A continuación, y espero que tomes en forma positiva mis sugerencias, te voy insinuar dos sistemas, con algunos ejemplos, para corregir en parte estas irregularidades que ocurren en este valle de lágrimas del cual tú eres propietario:

1- El sistema del ojo por ojo y diente por diente, pero antes de cometer la acción.

Como se supone que eres Dios y sabes de antemano la intencionalidad y el daño que pretenden cometer los hijos de la gran chingana, deberías castigarlos antes de hacer una vileza para evitar así los terribles daños que provocan cada día.

Castigo para mentirosos.
Sugiero que si un hombre va a mentir, un instante antes de la acción de la mentira, tú deberías someterlo a una especie de descarga eléctrica que lo dejara tieso y con ninguna gana de seguir mintiéndole a sus congéneres.

Castigo para violadores.
Propongo que unas milésimas de segundo antes de la violación, y en presencia de su víctima salvada in extremis por ti, el mismo violador sea penetrado por tu patrulla especial de ángeles/demonios dotados de penes trituradores de anos. Si de verdad existes, seguro que debes tener un cuerpo especializado en estos menesteres...¿verdad?

Castigo para asesinos.
Segundos antes del acto, deberías informar al malvado asesino que sólo por intentar matar a otro ser humano va a ser él quien morirá de la misma forma que había urdido para dar de baja a un inocente, sin tener posibilidades de enmendar el error. Y en ese mismo instante le pegas el fierrazo mortal correspondiente.

2- El sistema de quitar “unidades de tiempo de vida” por pecado.

Podrías establecer un sistema mediante el cual el pecador, por cada intento de pecado perdiera una cantidad de unidades de tiempo de su vida. Para tal efecto podrías diseñar una especie de tabla con todo los tipos de pecados existentes, en la que señalaras claramente la falta y las correspondientes unidades de tiempo que le quitarás al pecador en caso de que intente ejecutar la infracción.

Por ejemplo por mentir, que en el sistema anterior era un calambrazo de padre y señor mío, en el de “unidades de tiempo” el castigo podría consistir en quitarles 10 unidades de vida. Por robar, quítales 20 unidades de vida. Por asesinar, hazlos pagar el 90% de las unidades de vida que le queden por vivir. Con lo cual, cada uno, cada día y en todo momento podría tener conciencia del saldo de vida de la cuenta corriente del tiempo que le queda. Mientras más unidades de vida les quites o gasten de su cuenta de créditos de tiempo de vida, antes se  quedarán en números rojos. Y, naturalmente quedar en números rojos sería morir ipso facto, sin derecho a pataleo ninguno.

Creo que sólo voy a llegar hasta aquí porque no vaya a ser que existas y que mis propuestas no te agraden, y me mandes a freír espárragos a ese lugar de donde no se regresa jamás. De todos modos, por si existes, ahí queda mi aporte para intentar que el infierno en el que ahora vivimos vuelva a ser como el Jardín del Edén antes de que un hombre y una mujer, antepasados nuestros según dicen algunos, decidieron de común acuerdo satisfacerse mutuamente sus necesidades de sexo, algo que sabes que hoy por hoy es lo más normal del mundo y que, además, genera mucho placer. Y si alguien lo duda que calcule cuántos hombres y cuántas mujeres siguen satisfaciéndose sus necesidades sexuales los unos a los otros cada día. Para quienes critiquen esta circunstancia tan sabrosa, les recuerdo esa famosa frase que pronunció quien dijo ser hijo tuyo: “Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra”.

Pecadoras y pecadores…¡hasta el próximo pecado!


domingo, 2 de marzo de 2014

La vida nos trae y se lleva amores



Marca diseñada por Ariadna Torres


     Hoy, lunes 3 de marzo de 2014, comienzo a publicar este nuevo blog. Aunque es mi tercer blog, siento el mismo entusiasmo que cuando publiqué por primera vez “Conversaciones con Muchosnombres”, que ya lo han leído en 55 países. Y una emoción parecida a la que experimenté en mis tiempos de estudiante secundario cuando escribí “Entrevista a un perro” que, calculo, tuvo unos diez lectores…o quizás menos.

     Este cuaderno de bitácora quería titularlo “Lo viví, lo soñé”, porque en él pretendo escribir una mezcla de cosas que me han sucedido con otras que he soñado. Pero como ese nombre estaba inscrito por otro bloguero, opté por buscar variantes que significaran algo parecido. Lamentablemente también otros títulos similares estaban registrados. Por eso, finalmente, tuve que usar mi nombre con mi primer apellido que, afortunadamente, sí estaba libre.

     Hace unos días un amigo al que le hice un comentario sobre este tercer blog me preguntó por qué lo creaba si ya tenía dos. Le expliqué que será distinto. En mi primer blog narro una historia mágica, y en el segundo trato temas de Comunicación, que es mi profesión. En cambio en este sitio virtual escribiré de lo que me apetezca y me pida el cuerpo. Dicho en román paladino, escribiré de casi todo lo que me interese. Y como me interesan muchas cosas, escribiré de muchas cosas: algo de mi vida, de mis sueños, de mis fracasos, de pintura, de música, de literatura, de psicología, de sociología, de filosofía, de arqueología, de política, de viajes, de arquitectura, de ciencia, de lo que pienso del universo y del tiempo, de cine, de gastronomía, de fiestas tradicionales, de dogmas religiosos, en fin, de todo un poco, como en botica, como se solía decir antes.

     La marca de este sitio es un dibujo de Ariadna, una de mis nietas. Tiene sólo cuatro años, pero al igual que su hermana Tania, tiene un talento artístico innato y hace dibujos divertidos. Cuando le pedí a Ari (sus admiradores en el colegio le dicen Ari) que me dibujara una figura humana como las muchas que hace cada día, en menos de un minuto me hizo cuatro o cinco bocetos. Cuando tuve el dibujo elegido en mis manos le comenté que quería utilizarlo como marca de mi nuevo blog. Asintió con la cabeza y me dijo “sí…sí”. Ahora me entra la duda si ese “sí…sí” tiene validez legal o sería mejor firmar con ella un contrato para que en el futuro no me cobre derechos de autor. Por si acaso, en compensación, dejaré ordenado que cuando mi naturaleza me obligue a cantar “Adiós muchachos, compañeros de mi vida”, le entreguen a ella dos hermosas cerámicas de Buda que compré en China en el año 1973, y que sé que le encantan. 

     Respecto a los blogs, pienso que en la actualidad son el equivalente a lo que en mis tiempos de niño llamábamos “Mi diario”, aquellos cuadernos con un candado, donde uno escribía todo lo que consideraba que era relativamente importante y, a veces, hasta confidencial. Especialmente escribíamos secretos que uno no se atrevía a contárselos a nadie, como por ejemplo que nos gustaba la chica más linda del colegio. Claro que también cosas importantes para mí en esa etapa de mi vida eran, por ejemplo, jugar a las canicas, elevar cometas, nadar, remar, imitar a Roy Rogers, quedarme absorto mirando a los colibríes suspendidos en el aire, capturar libélulas de alas transparentes, o saltamontes gigantes de los que había muchos en el jardín de mi infancia. Ese jardín maravilloso estaba en el terreno de una casa elemental, de adobes y madera, donde vivía con mis abuelos paternos, Samuel y Elvira. Y también con mis tías abuelas Carmen y Herminia, a la que le decíamos cariñosamente “Lulú”. El grupo lo completaban dos hermanas de mi padre: mis tías Aída y Emma, y mi prima Magaly.

     Ahora me doy cuenta que hace unos minutos no tenía idea que escribiría de esto que estoy escribiendo. Menos que aparecerían en mi memoria todos esos seres queridos que ya no viven más que en mi recuerdo. Pero cuando comienzo a escribir sin un tema determinado, como en este caso, más que escribir es como si conversara conmigo mismo (en este caso “conmigo mismo” es un pleonasmo pero me vale igual). Suelo experimentarlo porque lo hago por diversión. Lo paso bien haciéndolo. Es como un juego. A veces, cuando escribo, suelo elegir una palabra inicial y dejo que mi cerebro me encamine por donde quiera llevarme, como me está sucediendo ahora. Casi sin darme cuenta me he reencontrado de sopetón con algunos familiares remotos que me da la sensación que pertenecieron a otra vida de las varias que creo haber vivido. Mi memoria, como un hábil prestidigitador, me ha traído sus rostros curtidos como pergaminos a mi cerebro. Me he percatado que cuando recuerdo a personas queridas, suelo verlas con todos su detalles como si estuvieran junto a mí, viviendo de nuevo mi presente, como en una ceremonia misteriosa. Ahora mismo estoy observando a esas tías abuela mías y, lo que más me llama la atención de ellas son los colores de sus ojos. Mi abuela Elvira los tenía de color azul oscuro, casi grises; mi tía abuela Carmen de color azul celeste; y mi tía abuela Lulú, que era quien me contaba historias del infierno, del purgatorio, del cielo y del fin del mundo, los tenía de color miel. Todos esos familiares míos eran personas profundamente solidarias y generosas que mantuvieron esa casa siempre abierta para todo el mundo. Muchas veces yo me encontré en el comedor gente que no conocía. Eran personas del campo de donde provenían mis abuelos, que venían al pueblo a vender sus productos y a comprar víveres y enseres. Sin serlo aquello era como un clan. Recuerdo que todos les decían “tíos” a mis abuelos, y “primas” a mis tías. Hacían un alto en nuestra casa, y tras tomar desayuno o comer, se iban a hacer sus ventas y sus compras; y por la tarde pasaban a despedirse.

     La casa era la última de una calle llamada Claudina Urrutia, emplazada justo enfrente de una maderería que expelía día y noche un delicioso aroma a pino recién cortado. Luego, un par de cientos de metros más hacia el sur, comenzaba el puente que unía el pueblo con el Barrio Estación, llamado así porque era la zona donde terminaba el ramal ferroviario del tren que venía de un pueblo llamado Parral, cuya estación formaba parte de la espina dorsal de la red de vías férreas que recorría el país de norte a sur.

     Esa casa donde vivimos varios años, la construyó mi abuelo. No sé cómo pudo hacerla sin ser ni arquitecto, ni aparejador, ni albañil, pero la puso en pie y aguantó terremotos. No era bella ni cómoda. Era más bien tosca. Tenía ventanucos minúsculos que impedían que la luz del sol entrara a raudales, pero nos dio cobijo durante varios años antes de irnos a vivir a una mejor. Me contaron que mi abuelo la comenzó a construir años después del llamado “terremoto de Chillán” de 1939 que en Cauquenes, prácticamente no dejó casa en pie. Creo haber oído que ese terreno se lo compró a los curas franciscanos cuyo templo estaba a un par de cientos de metros de la casa. Lo mejor de esa vivienda es que estaba asentada sobre un amplio terreno con muchos árboles frutales, pozo, huerta, plantación de calabazas, y una zona donde mi abuelo hacía adobes. A veces me acercaba a observarlo trabajar en este menester que el hombre viene haciendo desde hace miles de años. A pesar de que era un campesino viñatero, oficio que había aprendido desde pequeño viendo a otros trabajar las viñas, de la misma manera que mimaba sus vides, lo hacía con el agua, la paja y el barro, que eran los materiales con los que fabricaba los adobes. Ayudado por una pala rudimentaria juntaba la tierra y la paja con el agua hasta formar una sopa espesa que depositaba en moldes de madera rectangulares que dejaba a la intemperie secándose al sol durante varios días. Cuando tenía suficientes adobes los desmoldaba y, en una carretilla de mano, los transportaba hasta el lugar donde, con una paciencia de relojero, iniciaba otra zona de casa o de pesebrera. Porque en ese inmenso terreno, además de un perro bóxer que se llamaba “Kaiser”, un gato llamado “Pibe”, teníamos espacio hasta para un caballo que nunca tuvo nombre, pero era el que tiraba el carro de mi abuelo en el que se desplazaba de la ciudad al campo y viceversa.

El primer recuerdo que experimenté en mi vida ocurrió en el jardín de esa casa. Cuando me transporto a esa primera imagen me veo sentado en una piso de madera y totora, sintiendo el calor del sol sobre mi cuerpo y percibiendo el aroma de las flores que cultivaba mi tía Emma. 

     Yo llegué a vivir allí a los cuatro meses de edad por casualidad, por una carambola de la vida. Fue en un mes de junio, pero del junio del hemisferio sur. Debido a que mi padre enfermó gravemente, pensaron que lo mejor era dejarnos a mi hermano y a mí, durante un tiempo, a cargo de nuestros abuelos. A mi hermano, que era el mayor, lo dejaron en Parral, con mi abuela materna, en una casa inmensa que ella tenía junto a la plaza. A mí me dejaron en Cauquenes, bajo la responsabilidad de los padres de mi padre. El plan era que permaneciéramos con ellos un par de meses hasta que mi progenitor recuperara su salud. Sin embargo, cuando después de un tiempo me vinieron a buscar, mis tías le dijeron a mis padres “déjalo unos meses más”. Y cuando por segunda vez me volvieron a ir a buscar sucedió de nuevo lo mismo. Finalmente permanecí con mis abuelos y tías durante diez años. Creo que tuve mucha suerte porque dudo que algún niño haya sido tan feliz como lo fui yo durante todo ese período de tiempo. Fueron años vividos entre la cotidianidad y el realismo mágico, donde conviví con seres humanos de carne y hueso, pero también con las ánimas que mis tías con sus rezos ayudaban a sacar del purgatorio, y con ángeles que tocaban las trompetas anunciando el fin del mundo.

     Pero como en esta vida todo tiene un principio y un final, un verano, cuando mi niñez estaba punto de terminar, contra mi voluntad tuve que abandonar ese paraíso y, definitivamente, volver con mis padres. Lo pasé mal, muy mal. Años después tuve conciencia que esa separación traumática me produjo una fuerte depresión cuyos síntomas principales fueron frío permanente aunque hiciera calor, desinterés por casi todo, y una tristeza inmensa. Fue un golpe emocional tan grande para mí que, incluso, se me quitaron las ganas de seguir viviendo. Me costó meses sacarme de encima esa caparazón de infelicidad. El atajo que tomé para volver a sentir que valía la pena vivir fue salir a la calle a intentar hacer amigos nuevos. Cuando, por fin, emocionalmente me estabilicé, me di cuenta que ya no era el mismo, que de golpe había madurado. El bofetón también me hizo entender que la vida nos da y nos quita cariños, y que nos trae y se lleva amores, hasta que te mueres. Y que cuando tienes esos cariños y esos amores, lo mejor es vivirlos con intensidad. Así terminó mi primera vida: exiliado del paraíso terrenal de mi niñez. Muchos años después la vida me dio otra voltereta dolorosa: volví a perder casi todo lo que tenía, hasta el país en que había nacido. Al mediodía del 10 de enero de 1974 comenzó mi segundo exilio. Pero ésa es otra historia.