Marca Aquiles Torres

Marca Aquiles Torres
Marca del blog

lunes, 7 de mayo de 2018

Quiero morir para nacer de nuevo


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)


Quiero morir para nacer de nuevo.
Para volver a amarte otra vida entera,
porque una sola vida no me ha bastado
para saciarme de ti.
Ma ha dejado con gusto a poco.

Quiero morir para nacer de nuevo.
Para volver a sentirte como el día en que,
en medio de la multitud se abrió el cielo mientras,
ansiosamente, nos buscamos los ojos
y cruzamos nuestras miradas por primera vez.

Quiero morir para nacer de nuevo.
Para volver a decirte:
"¡Te había estado esperando desde que nací!",
y tú sonreíste hasta enrojecer.

Quiero morir para nacer de nuevo.
Y así volver a sentir el sabor de ese beso desesperado
en esa primera cita que consiguió
que todas nuestras compuertas se abrieran
para no volver a cerrarse nunca más.

martes, 9 de enero de 2018

Mi amigo Isidoro



(En septiembre del año 2000, durante una cena en su casa de Santiago, Isidoro no sólo me regaló su libro "200 años de la Publicidad en Chile", sino que, además, tuvo la deferencia de escribir una cálida dedicatoria para mí y mi familia).

Hoy, 9 de enero de 2017, se cumple otro aniversario del fallecimiento de mi amigo Isidoro Basis. Nos dejó el 9 de enero de 2003 ¡Cómo pasa el tiempo, amigo querido!

Cuando hablo de Isidoro, acostumbro a decir "mi amigo Isidoro", porque realmente fuimos grandes amigos. A pesar de que ni nos conocimos cuando niños, ni cuando adolescentes, llegamos a ser amigos de verdad. En mi caso, puedo decir que Isidoro pertenece a esa docena o menos de personas que, a veces, en el transcurso de una vida, un ser humano consigue transformar en amigos de verdad.

Yo conocí a Isidoro cuando era estudiante de Publicidad en la UTE y él era profesor de Radio, Cine y Televisión. Venía precedido de mucha fama, de tener una gran capacidad creativa y de ser un profesional sobresaliente. En esa época trabajaba con Abdullah Ommidvar en un programa de esos años de pioneros de la televisión, que se llamaba "Las mil y una de Abdullah".

La primera vez que coincidimos y charlamos fue en el campus de la Escuela de Ingenieros de la UTE, mientras enseñaba a hacer cine a un grupo de sus alumnos. Cuando vi esa cámara, esos compañeros de un curso inferior al mío emocionados oyendo sus indicaciones y, sobre todo, cómo Isidoro se implicaba en explicar con hechos lo que otros sólo nos contaban, me percaté de inmediato que era un profesional de verdad: un maestro.

Ese mismo año nuestro curso lo tuvo como profesor de Radio, Cine y Televisión. Probablemente porque ya desde mi educación secundaria había decidido que la comunicación sería la actividad profesional a la que dedicaría mi vida, me propuse aprovechar al máximo su experiencia. Y creo que lo conseguí. Si alguien lo duda, tengo la evidencia en mi casa de Madrid. En 1990, cuando aún vivía en Cataluña, postulé a un Doctorado en Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona. Con el objeto de que me convalidaran algunas asignaturas y contenidos, mi madre tuvo que darse el laborioso trabajo de recolectar más de cien documentos, certificados con los contenidos y notas de mi carrera. Para ser aceptados, todos ellos tuvieron que ser legalizados por la UTE, por el Ministerio de Educación de Chile y, por supuesto, por el Ministerio de Relaciones Exteriores de España. Esas calificaciones, entre las que están las de los cursos de Isidoro, son una prueba de que fui un excelente alumno suyo.

Tras terminar la carrera de Publicidad, y dejar atrás la comodidad de ser estudiante, en el verano de 1969 me enfrenté con el mundo real y comencé a buscar trabajo en el difícil sector de la Comunicación de entonces. Por mi falta de contactos en ese área de la economía , para mí no fue fácil. La mayoría de los profesionales que trabajaban en los sectores relacionados con la Comunicación provenían de las clases medias altas. En cambio yo pertenecía a una familia de funcionarios, donde casi todos habían sido o eran profesores, incluyendo a mi abuela Blanca Pereira, quien ya en los años cuarenta fue maestra y directora en una escuela de Parral.

Pero en febrero de 1969 alguien me comentó que Isidoro había sido contratado por la empresa Zig-Zag, editorial fundada en 1905, para escribir los guiones, coordinar y dirigir un programa dominical de televisión titulado "Domingos del Club Disneylandia", mitad envasado y mitad en vivo y en directo, cuyo animador era "Cañitas". Para promocionar más el programa, Zig-Zag había creado una especie de club que funcionaba en un edificio sito en la calle Miraflores, esquina con calle Huérfanos.

Como no tenía nada que perder, sin pedir cita, fui a intentar entrevistarme con Isidoro. Ese día tuve suerte. Probablemente mi Ángel de la Guardia andaba de buen humor porque apenas toqué la puerta de su oficina, Isidoro gritó desde dentro: "¡Entre!" Yo lo hice y...¡milagro! ...apenas me vio, me dijo: "Aquiles, lo necesito". Lo encontré en una oficina inmensa, junto a
 una gran mesa de trabajo repleta de papeles, en medio de un remolino de trabajo. Fue en esta oficina donde comencé a trabajar con él y con los equipos humanos que, semanalmente, sacábamos el programa al aire.

De esta manera, ese mismo día y en ese mismo minuto, comencé a trabajar como su asistente y a formar parte del equipo creativo que generaba ideas que Isidoro transformaba en guiones que luego eran repartidos a "Cañitas"; a Isabel, la animadora que ayudaba al presentador; a los actores, y a los figurantes. A mí se me abrió el mundo. Comencé a descubrir la televisión por dentro, lo cual para mí fue como hacer un máster en la mejor escuela de comunicación del mundo.

Además del programa, Isidoro tenía sus propios clientes privados a los que hacía spots para cine y televisión, razón por la que, gracias a esta circunstancia, también comencé a trabajar como su productor y a perfeccionar técnicas de ventas y técnicas de cine: argumentarios, guiones, principios elementales de cámara e iluminación, edición (entonces se llamaba "montaje"), sonorización, dirección de locutores, y entrega del producto audiovisual a los clientes. Esto último es lo que más me costó, porque venía de un mundo lejano al de los sectores empresariales.

En este interesante proyecto trabajamos meses, hasta que un buen día, a mediados de año, Isidoro me informó que la empresa Protab Televisión, productora de teleseries y programas de televisión, situada en la calle Tarapacá Nº 752, lo había contratado como Jefe del Departamento de Cine. Fue generoso. Me ofreció ser su segundo en el departamento y, por supuesto, yo acepté. En Protab, que entonces grababa en video tape de banda ancha, nuestra función consistía en realizar en soporte cine de 16 mm. los spots y documentales que precisaban las teleseries y programas que producía. Protab fue una universidad para mí. En esos estudios se trabajaba duro y cada día desfilaban por sus dominios una variada tipología humana: directores, actores, guionistas, periodistas, maquilladores, figuritas que comenzaban, técnicos de todo tipo, políticos, cantantes, empresarios, modelos, publicitarios, en fin, una mezcla de personas originales e influyentes relacionadas con la televisión, el periodismo, la cultura y la comunicación de esos años en blanco y negro.

Más tarde, Isidoro decidió abrir su propia agencia de publicidad que instaló en un edificio de la calle Agustinas 1502, esquina de San Martín. En esa ocasión me sugirió que me quedara en Protab ocupando su puesto de trabajo. Y así lo hice. Pero un tiempo después, ya cercanos a las elecciones presidenciales de 1970, un buen día llegó Isidoro a Protab a hablar conmigo. Recuerdo que nos fuimos a almorzar a un restorán de los muchos que había entonces por ese sector y, mientras comíamos, me dijo:
- Aquiles, necesito que se venga a trabajar de nuevo conmigo. Le ofrezco el doble de lo que gana ahora. Es muy posible que a mi agencia le encarguen la campaña de publicidad radial de Salvador Allende. Habrá que trabajar muy duro.

Y así, con un simple apretón de manos, Isidoro y yo volvimos a trabajar en equipo. Otros detalles desconocidos de ese interesante proyecto los contaré en otra ocasión. Lo haré porque forman parte de mi vida y, de hecho, fueron muy importantes no sólo para mí, ya que todo aquello desembocó el 4 de septiembre de 1970, cuando el candidato Salvador Allende salió elegido Presidente de Chile, con el 36,4% de los votos de los chilenos.