Entrada Nº 3
Fotografía realizada por Aquiles Torres
de un póster de Quilapayún de septiembre de 1974
En un caluroso mes de agosto del año 1974, acompañado
de un amigo, entré a España por el paso fronterizo de Portbou. Por razones de
seguridad mi mujer y mi pequeño hijo Alejandro se quedaron en Rumanía esperando
noticias mías.
Viajé acompañado de mi amigo Miguel Bravo, a quien
había conocido meses antes en un vuelo que nos llevó desde Lima a Frankfurt. Dicen
que después de cierta edad es muy difícil hacer amigos de verdad, sin embargo han
pasado años 40 años y Miguel sigue siendo lo que yo llamo un “amigo hermano”. Veníamos
desde Rumanía en un largo periplo en tren en el que atravesamos la ex Yugoslavia,
Italia, Suiza y Francia. Fue un viaje duro y desgastador. Cinco días duró la odisea
desde que salimos de Bucarest hasta que llegamos a la Estación de Francia en
Barcelona.
Los primeros meses en Barcelona fueron duros.
Afortunadamente nos echó una mano una organización catalana llamada
Agermanament, con la que me había contactado José Estelrich, secretario del
Obispo de Mallorca. Durante algunos meses nos dieron techo y un cuarto de baño. Cama sí que no teníamos, porque otros chilenos que colonizaban el departamento se habían apropiado de todas las
habitaciones. Como era verano, nos dio igual. Decidimos dormir bajo palio
debajo de la mesa, tendidos sobre el suelo. Como no teníamos ni colchón ni sábanas
ni cobertor, decidimos utilizar un mantel lleno de agujeros que
durante el día se usaba para cubrir la mesa y, por la noche, nos servía de
tapa. Fue entonces cuando experimenté las mejores evidencias de la generosidad
del hombre y también del egoísmo más ancestral.
En aquellos días la organización Argermanament estaba
ayudando tanto a chilenos con dificultades en el interior de Chile, como a
otros que habían llegado por sus propios medios a Barcelona. Según me informaron,
Agermanament había sido creada 15 años antes por organizaciones cristianas,
pero me consta que luego se unieron personas de ideologías diversas, todas los
cuales tenían en común la lucha por los derechos humanos.
1974 fue un año especialmente convulso en España. La
mayoría de los españoles clamaba por el fin del gobierno de Francisco Franco. A
pesar de que en marzo en Barcelona había sido ejecutado el joven anarquista
Salvador Puig Antich, probablemente como medida intimidatoria, después de 35
años de una dura dictadura, la sociedad española había perdido el miedo a
disentir. Además el 25 de abril de ese año, en Portugal, tuvo lugar el
levantamiento militar llamado “La revolución de los claveles”, acabando así con
la dictadura salazarista que, desde 1926, mantuvo a los vecinos portugueses
dentro de un puño de hierro. Entonces todos pensaron que tras la primavera
democrática de Portugal llegaría la primavera de la libertad a España. Lamentablemente
aún faltaban diecisiete largos meses para que Franco falleciera de muerte
natural y comenzara un período de tiempo llamado “la transición”.
En medio de este caldo espeso de represión y de lucha,
Agermanament intensificaba su trabajo por la libertad. Yo tuve la suerte de ser
testigo de hechos entonces extraordinarios, como por ejemplo el primer concierto
público en España de los Quilapayún, los días 20 y 21 de septiembre de 1974. Cuando
nadie creía que en España, en un lugar público y con público, fuera posible
escuchar canciones que clamaban por la libertad, Agermanament consiguió que el
gobierno español aceptara la actuación de “Los Quila”. Cuando llegaron a
Barcelona, los pocos chilenos que entonces vivíamos en la Ciudad Condal fuimos
invitados a la sede de Agermanament a un encuentro al que asistieron Eduardo
Carrasco, Willy Oddó, Hernán Gómez, Carlos Quezada, Hugo Lagos y Rodolfo Parada.
Fue emocionante, porque tuvimos la oportunidad de dialogar con ellos y, además,
ver una documental sobre Chile y el golpe de estado.
Finalmente se celebraron dos conciertos, ambos en el
Palau Blau Grana de Barcelona. El primero tuvo lugar el viernes 20 de
septiembre de 1974, y el segundo el día sábado 21. Yo tuve la suerte de ir al
primero. Aunque se prohibió hacer publicidad de ambos eventos, el Palau Blau
Grana estaba lleno. Mientras “los Quilas” cantaban, afuera, miles de personas que
no pudieron entrar, durante todo el concierto permanecieron tatareando sus
canciones. Sin embargo la alegría no fue completa, porque dentro y fuera de la
sala permanecieron amenazantes los “grises”, la policía armada del régimen
franquista. Recuerdo que había autobuses llenos de policías y también muchos
montados en caballos en actitud amenazante. Ahora pienso que esa noche tuvimos mucha suerte porque
ninguna chispa encendió la mecha de la represión. A pesar de nuestros gritos
combativos, prohibidos en esa época, yo todavía no me explico cómo no cargaron
contra todos nosotros como hacían, sobre todo, con el combativo movimiento
universitario español.
Dentro del recinto el clamor contra de los golpistas
chilenos y por la democracia en España fue incrementándose a medida que
transcurrían los minutos. Aquello fue como una catarsis que nos permitió
sacudirnos nuestras emociones y volver a cargar nuestras pilas de esperanza. Durante
la actuación yo miraba en 360 grados y pude ver cómo todos los presentes con sus
gritos intentaban sacarse de sus tripas toda la ponzoña de la injusticia. El
punto culminante fue cuando los Quilapayún interpretaron “El pueblo unido jamás
será vencido”; lo cantamos todos y casi todos terminamos llorando de emoción.
De esa visita, además del recuerdo de un remolino de
emociones, nos quedó el programa del concierto y un póster en el que todos los
integrantes de “Los Quila” estamparon su firma y nos dedicaron mensajes de
esperanza. Esta noche de junio, mientras termino de escribir estas vivencias para
compartirlas con vosotros, lo tengo en mis manos tratando de restaurarlo para
fotografiarlo. Ahí va para ustedes una fotografía de este cartel que a pesar de
ser una modesta pieza gráfica impresa, para mí y mi familia tiene un valor inmenso,
porque forma parte de nuestro exilio.