Marca Aquiles Torres

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Marca del blog

sábado, 25 de junio de 2016

La Vía Láctea en los cielos de Cauquenes

Foto de Aquiles Torres, cuando tenía, aproximadamente, 6 años de edad.




Mi niñez la viví en la ciudad de Cauquenes con la familia de mis abuelos paternos, en una especie de convivencia tribal de afectos, en medio de una atmósfera maravillosamente cálida.

Aunque creo que no teníamos una economía boyante, yo no recuerdo haber sido consciente de ello. Probablemente carecíamos de muchas cosas materiales, pero eran compensadas por una cosecha permanente de cariño que me hacía creer que vivía en una especie de paraíso terrenal.

En ese País de Nunca Jamás, recuerdo que mi percepción de la velocidad del tiempo no tenía nada que ver con la que tengo ahora. Entonces sentía que los días de verano pasaban mucho más lentos que los días de los veranos de ahora. Parte de esas vacaciones las pasaba vagabundeando y jugando junto al río, que quedaba apenas a cien metros de nuestra casa, y el resto del tiempo en un pequeño campo que mi abuelo tenía un poco más allá de un lugar que llamaban Cancha de los Huevos, a unos doce kilómetros del pueblo.

Estas largas vacaciones comenzaban al final de la primavera, en el tiempo que, como escribió un poeta anónimo del siglo quince en una de las estrofas de Romance del Prisionero: “…cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor …”, y terminaban cuando las noches comenzaban a refrescar.

Cuando esto ocurría, en nuestro barrio cercano al río, casi todos acostumbrábamos a salir a la calle a hacer vida social en corrillos informales, que eran como tertulias improvisadas en las que, además de los comentarios y chascarrillos, generalmente, pícaros referidos a algunos vecinos, solía hablarse de temas tan diversos y misteriosos como cuál sería el contenido del tercer misterio de Fátima, o si las ánimas podían visitar a los vivos, o cómo sería la puesta en escena del fin del mundo, y hasta cómo sería la vida después de la muerte.




Aunque todos esos temas me maravillaban, porque comencé a oírlos desde que tuve uso de razón, recuerdo que lo que más me fascinaba era cuando comenzaban a contar historias relacionadas con la Vía Láctea, porque las noches de Cauquenes tienen los cielos límpidos y bellos. Cuando uno mira la bóveda celeste se ven, como si estuvieran al alcance de nuestras manos, cientos de constelaciones inundando el firmamento. Puedo asegurar que en ningún lugar en los que he estado, he vuelto a ver cielos nocturnos semejantes.
Yo entonces solía preguntar siempre qué eran esas seductoras luces que flotaba y brillaba en el espacio, aparentemente tan cerca de nosotros. Solían contestarme que todos esos ríos de estrellas se llamaban Vía Láctea y que, aunque parecía cercana, estaba muy lejos. Y cuando inquiría desde cuándo existía toda esa maravilla, la respuesta solía ser un sonido gutural, sin palabras, pero que yo entendía que todo ese prodigio había estado allí desde el comienzo del mundo.

¿Y hasta cuándo permanecerán en el cielo esas marejadas de luz?, solía insistir yo. Y casi siempre me contestaban que nadie lo sabía, pero que algún día, cuando todo eso se comenzara a apagar vendría el fin de los tiempos. Así, de este modo tan singular, desde pequeño relacioné la visión del universo nocturno con el fin del mundo. Por eso, durante los veranos de mi niñez, a veces con un poco de temor, cada noche yo solía escudriñar el cielo, y tras comprobar que toda esa singularidad seguía allí, me iba a dormir feliz, estado en que recuerdo haber vivido casi toda mi niñez.

Ahora, a medida que me acerco al límite de mi vida, y gracias a este invento sorprendente que es Internet, procuro mantenerme informado periódicamente de los avances en la investigación del cosmos y de las sesudas teorías expuestas por eruditos y doctos sabios que intentan explicar nuestra realidad. Cuando lo hago, de inmediato me transporto a esa calle que había frente a mi casa, y todos esos fantasmas de esas tibias noches de verano vuelven a mí a acunarme y a traerme aromas de eso que nadie termina de definir, pero que todos llaman felicidad.