Marca Aquiles Torres

Marca Aquiles Torres
Marca del blog

viernes, 28 de abril de 2017

El juego del regreso al paraíso perdido



Fotografía del autor, hecha en la isla de Mallorca, hace más de 40 años atrás, al poco tiempo de llegar a España. 



El 10 de enero de 2017 se cumplieron 43 años de nuestra salida de Chile. En este nuevo aniversario he aprovechado de recordar vivencias que nos han sucedido, sobre todo en los primeros tiempos de nuestro éxodo. Una de ellas fue el terrible dolor que, casi todos, sentíamos en esos primeros años por todo lo que tuvimos que dejar atrás en nuestro país, la tierra donde habíamos nacido.

Volando con mi memoria hacia esos años, recuerdo encuentros con chilenos, dos de los cuales con el tiempo han llegado a ser amigos de verdad, y también con otros que aunque no llegaron a serlo, se quedaron por ahí enredados en el anecdotario de mi vida. Eran veladas en que uno de los temas más recurrentes de conversación era si regresaríamos alguna vez a nuestro paraíso perdido.


Ahora que las circunstancias no son las mismas esos dolores me parecen casi fruslerías. Los años también me han enseñado que hasta el amor más enconado el tiempo termina sanándolo. Pero entonces, para la mayoría de nosotros, regresar a nuestro país era una cuestión muy importante.

Como los seres humanos casi siempre intentamos buscar soluciones para eliminar o minimizar todo aquello que nos causa daño, yo creé un truco basado en la imaginación. Cuando me sentía demasiado triste, hacía un viaje imaginario para reunirme con seres queridos con quienes conversaba hasta saciarme, hasta no tener nada más que decirles y no tener casi nada más que oír de ellos.

Como a mí me daba resultado, cuando a veces coincidía con personas desesperadas por rasguñar los cariños que habían dejado lejos, para ayudarles a mitigar ese desconsuelo, les contaba mi secreto y les invitaba a jugar, a lo que ahora, por ponerle un nombre, llamo "el juego del regreso al paraíso perdido".


En medio de esa tormenta de pesadumbre yo solía preguntarles: "¿te gustaría ir ahora a Chile?". Al oír mi pregunta que era como una bofetada, me miraban extrañados y contestaban: "Sí, pero es imposible". Entonces intentaba bajarles un poco las revoluciones de su desasosiego y les proponía viajar con el pensamiento. Y agregaba que, además, era gratis.

- ¿Con el pensamiento? - solían preguntarme.
- Peor es mascar lauchas - les contestaba yo.


Algunos aceptaban jugar y contarme sus aflicciones y otros no. A quienes se animaban, probablemente, porque pensaban: "¡qué pierdo con probar!" comenzaba por preguntarles qué era lo que más añoraban de Chile y qué era lo que les producía más dolor. Solían decirme: "mi madre". Pero hubo ocasiones en que algunos mencionaron a otros familiares, amigos e, incluso, me hablaron de amores secretos de los que creían nunca volverían a saborear el almíbar de sus besos.

A continuación, tras advertirles que solemos valorar exageradamente coyunturas que ya no existen, les decía que yo les haría volver a Chile, pero que, probablemente, descubrirían que no era el país que tenían idealizado.

Esto que ahora estoy escribiendo de una manera informal, me ha hecho recordar la secuencia final de la película "El planeta de los simios", cuando Charlton Heston, acompañado de Linda Harrison, tras escapar de los simios, van por la playa y, repentinamente, se encuentran con la Estatua de la Libertad semiderruida  y medio enterrada en la arena. Al verla, el protagonista del film se percata que nunca habían salido del planeta tierra y que de su mundo sólo quedaban despojos. Entonces, impotente, el personaje George Taylor (Charlton Heston) exclama: "...he vuelto...estoy en mi casa otra vez. Durante todo este tiempo no me había dado cuenta que estaba en ella ¡Por fin lo conseguí! ¡Maniáticos! ¡Lo habéis destruido todo! ¡Yo os maldigo! ¡Maldigo las guerras! ¡Os maldigo!"

Algo así pienso que nos sucedía en esos años a nosotros. Y lo peor es que mientras más tiempo ha transcurrido, menos se parece Chile al país en el que los que tuvimos que salir, vivimos parte de nuestras vidas.

Pero volvamos al juego. Para comenzar a motivar a "los viajeros", yo prefería preguntarles por "cosas", no por personas. Así descubrí que, casi con tanta fuerza como a las personas, extrañamente, también añoraban cosas como la cordillera, el pan amasado, las cazuelas, el pisco sauer, las marraquetas y otras similares. Ahora me llama la atención que nadie nunca me habló de museos, ni de escritores, ni de poetas, ni de pintores, menos de escultores.

Cuando notaba que entraban en calor les pedía que cerraran los ojos, que empezaran a soñar, y les ponía un pasaje imaginario de avión en sus manos. Luego les proponía que preparan su maleta y que me dijeran qué pondrían dentro de ella.

Con el equipaje listo, el siguiente paso era hacerlos ir al aeropuerto y que me dieran detalles de cómo iban vestidos. Luego, cuando embarcaban, les preguntaba cómo era el avión y cómo eran los viajeros que estaban sentados cerca de ellos. Ese período de tiempo, llamémoslo de ensoñación, era muy importante, porque lo que yo intentaba era que realmente se olvidaran de la realidad que entonces estábamos viviendo.

Salvo algunos que paraban porque me decían que el juego les producía más dolor, otros sí entraban profundamente en ese mundo de ilusión. Y me comenzaban a narrar lo que percibían. A esos, poco a poco, sin urgirlos, les pedía que me dieran más detalles, como por ejemplo si sentían calor o frío, o qué aromas conseguían oler.

Cuando notaba que estaban realmente "viviendo" lo que les proponía, les advertía: "ahora el avión va a despegar". Y volvía a hacerles más preguntas relativas a las sensaciones que estaban experimentando. Más tarde, cuando el avión tomaba la altura y la velocidad que llaman de crucero, hacía que les sirvieran la cena o el almuerzo. Para reforzar la situación también les pedía que me detallaran el sabor de lo que comían y bebían.

Cuando les retiraban los cubiertos y el vuelo volvía a la normalidad, les preguntaba qué creían que estarían haciendo sus seres queridos en Chile en ese momento. Mi objetivo era comenzar a conectarlos afectivamente con la principal causa de su dolor en el exilio: la carencia de una persona o varias personas.

Lo más inquietante del juego comenzaba cuando les comunicaba que el avión ya había dejado atrás la Cordillera de los Andes y que faltaba poco para aterrizar en territorio chileno. Entonces solía producirse un silencio profundo. Supongo que les brotarían recuerdos inconexos que terminaban transformándose en una bola de sentimientos que notaba que les producía ansiedad y dolor. O quizás felicidad.

Cuando les informaba que faltaban pocos minutos para tocar tierra, les pedía que me confirmaran si estaban preparados para hacerlo. Pero en vez de decir que sí o que no, comenzaban a prolongar ese período de tiempo, evidenciando que tenían miedo de enfrentar ese encuentro lleno de emociones. Solían pedirme que esperara un rato, o me decían que antes irían al baño. Yo les reiteraba que se prepararan porque el avión tenía que aterrizar. Cuando al fin la aeronave tocaba suelo, yo notaba cierta rigidez en los músculos de su rostros.

Un paso crítico era cuando pasaban Policía Internacional y entraban al país. Pero por fin, venía lo más gratificante: la explosión de sonrisas y lágrimas al fundirse en abrazos con aquellos seres queridos con los cuales habían soñado despiertos tantas veces. Ahí me callaba y les ofrecía tomarse el tiempo que quisieran, pero sin abrir los ojos.

Antes de hacerlos regresar a la realidad, les pedía que me narraran con quién y de qué hablaron el primer día... y luego el segundo día... y así hasta una semana. En ese punto terminaba el viaje imaginario. Tras ese encuentro con la realidad, se comenzaban a percatar que el paraíso perdido ya no existía, que ahora era algo parecido al infierno, porque los milicos seguían haciendo de las suyas con su ejército de esbirros: allanando viviendas; y deteniendo, torturando, haciendo desaparecer y asesinando patriotas.

Entonces, la mayoría enarcaban las cejas y exclamaban algo así como: "La vida no es perfecta. No estamos en nuestra tierra, pero por lo menos estamos libres y vivos, y tenemos la oportunidad de rehacer nuestras vidas".

Y volvían a sonreír.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario